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curaré endulzar las amarguras de mi larga convalecencia.

—¿Cómo se siente usted ahora?

—Ahora no me siento peor... Alguna punzada me da el dolorcillo en la pierna... pero pasa pronto.

—¡Cuánto tarda Narcisa!—exclamó Eladia, casi antes de que acabase de hablar Garrido.

Garrido, que estaba inmóvil en el sillón, sin poderse volver hacia la puerta, miró con el rabo del ejo a aquel lado y prestó oído al ruido de la conversación que en el balcón del principal se sostenía. Estaba demasiado alto para que ni una sola palabra pudiese llegar cabal e inteligible hasta los o:dos del promotor fiscal, quien sólo oía las notas agudas de quien hablaba como un siseo, y las notas guturales como el hervor de una cacerola puesta al fuego con agua.

Hablaban allí Claudio Castillo y Narcisa. Hallábase ésta sentada en una banquetilla con Bernardín, dormido entre los brazos. El ingeniero permanecía de pie y apoyado en la baranda del balcón.

—Así es mi hermana, señor Castillo. No exagero.

—Pero es que ella se complace en sacrificar sus deseos?

" —¡Ah! No diré a usted que goce con este bárbaro asesinato de sus caprichos. Eso no. Yo pienso que cada sacrificio suyo le cuesta un esfuerzo crudelísimo de voluntad; lo que sí afirmo es que le Heva a cabo sin vacilación, sin miedo.

—¡Qué heroísmo!... Y usted?...

—Yo he querido imitar mil veces su conducta,