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tras breve vacilación, decide lanzarse a algo importante. A mí me parece más natural que mi hermana deje de amar a Angel, que no dejar yo de quererle.

—¡Bravo! Siga usted diciendo verdades.

—Ella tiene educada su alma para el sacrificio.

—Y usted la tiene educada para el egoísmo.

¡Es eso?

—No... ¡Si es que desde pequeñita se acostumbró a ceder!

—¡Muy mal hecho! Quien cede una vez, cede siempre. Eladia le cedió a usted el primer muñeco, y usted se empeña en que también le ceda el último... porque un marido es el último muñeco de la niña, y no otra cosa.

Narcisa se quedó pensativa, más aún de lo que antes lo estaba, y bajó de nuevo la frente. Castillo separó sus manos del balaustre de hierro y lasintrodujo en los bolsillos del chaleco, mientras, fijando la mirada en la cabeza rubia de Bernardín, exclamó:

—Usted dirá que yo soy uno de esos Quijotes inaguantables, para quienes la vida es un Puerto Lápice, en el que buscan doncellas perseguidas que amparar, desventuras a que prestar consuelo y empresas sandias en que comprometer el poderío de su espada... No lo negaré... Yo soy algo Quijote. Admírame aquel loco que tomaba tan a pecho los males ajenos, y cuando le veo llenarse de congoja por la desgracia de la destronada Micomicona, me dan ganas de cogerme a su cuello y lle-