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bla al hundirse detrás de una nube; pero reapareció serena y tranquila poco después.

—Yo respondo de eso—contestó.

Ella respondía del amor de Narcisa y Angel; ella respondía de un amor que le arrancaba el alma.

Era como decir: Esté usted tranquilo, yo respondo de mi desgracia.

»Tres días después corrió por el pueblo el rumor de que don Angel y Narcisa se casaban. El rumor era exacto. Don Sandalio le confirmó en la plaza un domingo, después de misa... Ayer se ha llevado a cabo el matrimonio... Así, de repente, como quien suelta el tiro, así es como vienen las desgracias a los seres débiles, y así es como se consumó la də Eladia.

Como por onsalmo se han restablecido los enamorados enfermos. Fuéronse noramala aquellas palidoces, aquellas tristezas de ojos, aquella penita sin fin de los ánimos. Están alegres, dichosos y contentos, y esta noche creo que salen para Madrid y París. Me han asegurado que Angel tuvo una escena desgarradora con Eladia, en la que se echó a sus pies, besó sus manos, llamóla santa, diosa, mártir, y en que, tras mil palabrejas de letanía, él aseguró que jamás olvidaría aquella abnegación sin ejemplo; pero acaso luego de dicho este discurso hubo de acometerle la modestia, y añadió que sin duda Eladia no le había amado nunca, y que renunciaba a su mano con menos heroísmo que gusto.

Ella no supo qué contestar a estas palabras. ¡Qué podía haber dicho? ¿Que le amaba con toda su alma, que el sacrificio de su amor era infinitamente do-