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Sus sentimientos, sus instintos habían huído de las demás acciones y esferas de la vida, y sólo se excitaban si la rosa de Jericó se pulverizaba seca entre las hojas de piel que la envolvían o si un roedor destruía alguna cantonera dorada de su magnífico Linneus Lacerius plantaque aliaque. Después de desayunarse con una copa de ron, encaminábase a la Casa de Campo, aunque lloviera. Perdido bajo la sombra de los álamos, buscaba allí una flor y se la traía dentro de una cajita de cartón a su herbario. El decía:

—Una noche se acostaron juntos la mujer de Linneo y Voltaire... A los nueve meses nací yo...

Cuando oyó las explicaciones, tan prolijas como torpes, que el mozo le diera, desaprobó con la cabeza:

—¡Pobre amo tuyo! Se ha hundido... No se podrá tomar aquí una copa de ron... Se ha casado...

El celibato es el estado perfecto del hombre... El célibe tiene alas... el marido, pies... y frecuentemente pezuñas... Apuleyo llama al célibe discretos y al casado «intruso»... Tráeme agua...

—Aquí llega la boda—dijo el mozo.

II

Cortejo de Himeneo.

Cuando tres carruajes de alquiler detuvieron los cascos de sus famélicos caballos a la puerta del café del Oriente, una murga apareció en escena,