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y sus cinco individuos, vestidos de ropajes míseros, de inverosímiles levitones, con caras de hambre, guarnecidas por barbas de descuido, con guantes de estambre en las manos, que oprimían los instrumentos crudelísimos de metal como se oprime un arma homicída, formaron simétrico grupo, especie de círculo dantesco de la inarmonía. Tocaron el «cancán..

III

Boda.

— Como era la hora en que los criados se asomaban a las ventanas para limpiar alfombras y vestidos, y en que se instalaban en las esquinas los vendedores.de periódicos, los mozos de cuerda y los guardias de Orden público, el cortejo de la boda tuvo público curiosísimo y numeroso. A la puerta del café llegaron los tres landós más averiados y clásicos de Castilla, con su enorme montera de charol resquebrajado a trechos, con las ballestas fortalecidas por un repaso de cáñamo torpemente disimulado, con sus troncos de caballos ingleses y normandos, tan peludos y lacios que parecían las hacaneas del hambre enganchadas a la carroza de la vanidad. No fué obra fácil la de que el contenido humano de aquellos carruajes saliese de las estrechas portezuelas. De un lado lo dificultaba la excesiva angostura de los landós, complicándose con la superabundancia humana, y de otro lo impedía