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IV

El tren de circunvalación.

Más abajo del puente de Segovia, entre un retazo de huertas donde una lágrima de riego produce un ramo de verdura, hace un recodo la vía férrea de contorno y se introduce por bajo los cimientos de Madrid, a través de una abertura negra y fumosa. Es una pequeña explanada lo que allí forma el terreno, y en ella hay una plataforma giratoria para facilitar las operaciones de los trenes, y una caseta de madera, que habita el guarda.

Delante de la puerta de esta caseta juega una niña.

El polvo del carbón que cubre el suelo se ha apoderado de la niña, y ha manchado sus ropas y ha teñido su cutis... ¡Pobre mariposa que se cayó en un tintero! Cuando llega la noche, esta niña se sienta en el quicio de la puerta y aguarda ansiosa...

Bien pronto se oye un lejano temblor de tierra y una sorda vibración metálica; luego, un silbido; luego, un estrépito de coces dadas por cascos de hierro en piso de hierro también, y la locomotora pasa majestuosa, con su cabellera de chispazos de luz. La niña contempla aquel fantástico personaje de acero y llamas, y no es dudoso que en su imaginación infantil le atribuya todos los prestigios de la magia blanca y negra, todos los imposibles deliciosos del cuento infantil; acaso le compara con la bota de las siete leguas; tal vez con el caba-