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la superficie de los campos hervían las mariposas y los grillos. El arroyo se evaporaba; la luz arrancaba a la fuente reflejos y centelleos... El idilio flotaba en el aire. Leonarda no había salido nunca de aquel rincón prosaico del mundo enclavado entre las Peñuelas y el Matadero, ni sus pies pequeños y lindos, como pies de duquesa, dignos de bailar la gavota de Gluck en los salones dorados de Varsovia, habían pisado otra alfombra que la del polvo de tan horrendos lugares. Y ahora, ¡ay!, se encontraba de improviso con un tapiz abajo, hecho de todos los colores de la primavera, y otro tapiz encima, hecho del azul profundo de los cielos castellanos. La pobre Leonarda, aun cuando iba a aquella fiesta en la humilde condición de la criada, para fregar el servicio de la comida, se creyó nereida o ninfa cuando penetró sola y asombrada bajo la bóveda verde de los olmos. Allí se le ensanchó el corazón. Sus quince años batieron las alas.

VIT Más luz... ¡Ahora suena la música!

Esto era cerca de San Fernando, ese pequeño nido de vegetación colocado a la vista de Madrid como una esperanza de los ojos, tristes de contemplar la aridez clásica de Castilla. Pocos añosantes, hace ya muchos, una larga fila də coches,