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Acta de Pio XI

Tampoco son de menor importancia, para la difusión del catolicismo y para el logro de la legítima unidad entre los cristianos, las obras que se publican por el trabajo y estudio del Instituto Oriental. De hecho, los volúmenes titulados «Orientalia Christiana», publicados en los últimos años -en su mayoría por profesores del propio Instituto, otros preparados por consejo del mismo Instituto por otros estudiosos muy versados en materias orientales - o exponen las condiciones antiguas o modernas relativas tal o cual pueblo, y que en su mayoría son desconocidos para los nuestros; o, de documentos hasta ahora ocultos, extraen nueva luz para ilustrar la historia de Oriente y exponen las relaciones, tanto de los monjes orientales como de los propios Patriarcas con esta Sede Apostólica, y las providencias de los Romanos Pontífices en la protección de sus derechos y bienes; o comparan y verifican con la verdad católica los juicios teológicos de los disidentes sobre la Iglesia y los sacramentos; o ilustran y comentan los códices orientales. Finalmente, para no detenernos en su enumeración, no hay nada que toque la doctrina, la arqueología y otras ciencias sagradas o que tenga alguna conexión con la cultura oriental - como, por ejemplo, las huellas de la civilización griega conservadas en el sur de Italia-, que a tales hombres les parezca ajeno de sus diligentes estudios.

Siendo esto así, ¿quién habrá que viendo tantas obras emprendidas especialmente en beneficio de los orientales, no sienta la esperanza de que el benignísimo Redentor de los hombres, Cristo Jesús, se compadezca del lamentable destino de tantos hombres errantes lejos del camino correcto, y favoreciendo nuestros esfuerzos, querrá finalmente conducir a sus ovejas de regreso al único redil bajo el único Pastor? Y esto especialmente cuando vemos cómo gran parte de la Revelación divina se ha conservado religiosamente entre ellos: sincera reverencia a nuestro Señor Jesucristo, singular amor y piedad hacia su Madre purísima, el mismo uso de los sacramentos. Por tanto, habiendo dispuesto Dios en su bondad hacer uso del ministerio de los hombres, y especialmente de los sacerdotes, para realizar la obra de la Redención, qué más queda, Venerables Hermanos, si no volver a orar e implorar con el mayor afecto posible,