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La MARTIR DEL BRACHO e

prraba en ese alistamiento salvaje, cincuenta leguas tierra adentro, á que ella misma confinábase volan- turiamente, lejos del cariño de se buena madre y de sus dos pequeñas hújitas!

El no lo había querido consentir bajo niugún pr.

texto, prelitiendo sufrir el doble dolor de pr de lx vista del ser que más idolairaba. así como de los cuidados que ella, amante, le prodigaría; pero, las lárrimas de su mujer le habían vencido. Y comenzó la riacrucis! Libarona. trás tantas pe- lidades, al año escaso, se volvió loco de remate En su inconsciencia, hería y maltrataba á cse ángel de piedad, de misericordia y amor que el ciclo ha- bía puesto al dado de su eruel infortunio, Ella, que había vivido rodeada siempre de comodidades, so- poriábalo todo con estólca resignación en esas su- ledades espantosas «del Chaco, donde no le llezaba ningún recurso, pues cartas, dinero, víveres y has ta medicinas, eran interceptadas por el Comandan- te Fierro, jefe de la gu ión, un bandido de ai- ina tan atravesada como el amo á quien servía,

Cierta tarde, en que este se llegó hasta el misero raucho de Libarona, del tamaño de un paúvelo, con el pretexto de aconsejarla en nombre del Señor Go- bernador á que abandonase á su marido, cuando en realidad sus intenciones eran de otra índole, Doña Agustina contestóle con imponente altivez:

—Eso, nunca! Digale á Ibarra que ni por hambre, ni por riesgo de tigres, ni de indios, abandonaré á mi Libarona, pues cuando yo muera por él habré cumplido eon mi deber y eon mi esposo; y así es (ue estoy resuelta 4 sufrir toda clase de trabajos que me imponga,



era




ya