con gusto en una buena porción de agua. Su expresion, sólo su expresion, se animó un poco.
De vez en cuando apoyaba la pata derecha y enderezaba la pierna como para levantarse (Fig. 10, f.), movimiento natural, observado siempre en salud, en ella y en Siam, despues de haberse echado al suelo. No podía levantarse y á veces alzaba la misma pierna, como si su presion le incomodara el bajo vientre (Fig. 10, b.).
Se le dieron 6 botellas de cerveza, y como notara que la posicion sobre el flanco izquierdo debía incomodarla ya, en tantas horas, llamé al primer guarda fieras, quien dispuso rondanas y sogas, y ayudado por diez hombres, la dió vuelta. El flanco tenía varias placas de erosión de la epidermis, ocasionadas por la presion, y por el orin que no había podido caer al desagüe.
El dia 30, la paresia intestinal continuaba, y era necesario vencerla. La enferma estaba lo mismo, pero parecía más estenuada.
Entonces resolví administrar la Estricnina, lo que no hice desde el primer instante, considerando que sería mejor llevar ese medicamento delicado á un tubo digestivo limpio.
Pero la administracion de la Estricnina es siempre una cosa séria.
Entónces escribí la siguiente nota, que llegó á la Intendencia antes de la 1 p. m.
Sr. Intendente de la Capital, Dr. Miguel Cané.
El Sábado 28, cuando llegué por la mañana al Jardin Zoológico, me comunicaron que la Elefante estaba enferma y que á las 4 a. m. se había caido ó dejado caer.
Después de un primer exámen y tomando en cuenta los antecedentes inmediatos y distantes ordené la administración de catárticos, etc., etc. No ocuparé la atención del Sr. Intendente con los datos relativos á esta clínica sui generis. He permanecido en el Jardin todo el Sábado, de dia—me he quedado aquí de noche y después de dormir algunas horas, en la mañana del Domingo, he continuado mis observaciones hasta muy tarde—cuando me retiré á casa—para reanudarlas hoy.— Aplicando á un Mamífero difícil, no humano, el criterio, la ciencia y experiencia del médico—reconozco en este momento que no tengo más que hacer, sin exponerme á alguna censura, improbable, pero posible.
Quedan dos caminos:
O la Intendencia me autoriza á proceder con el animal enfermo hasta agotar recursos de que aún puedo echar mano como Director del Jardin (y áun como médico) pero que no quiero emplear sin estar plenamente autorizado para ello, muera ó nó el animal a causa del tratamiento; ó la Intendencia pone á mis órdenes un par de buenos veterinarios (recomendados formalmente por el Jefe de la Oficina Química Municipal, Dr. Arata).
En ambos casos, mi actitud está apoyada en bases claras,—como que se trata, única y exclusivamente, de hacer cuanto se pueda por salvar una de las piezas más interesantes del Jardin.
Me parece supérfluo disculpar esta nota.
Aunque mis atribuciones están perfectamente establecidas en el Reglamento y en el espíritu de la institucion á mi cargo, existen consideraciones ricas de ulterioridad, para que no ponga estos hechos en su conocimiento.
Rogándole atienda con interés especial la urgencia del caso, le saluda atentamente: