Cuando se trata de un ser humano, hay mil medios para vencer una paresia intestinal; pero cuando se trata de una paresia que no cede á 500 gramos de Sal de Inglaterra, á 500 de Aceite de Castor etc., etc., y que tiene su asiento en un Elefante que pesa algunos miles de kilos, que ese Elefante está atendido con el criterio y la experiencia del médico—y la enfermedad no cede; que ese médico, al concederle á otro entrada á la clínica sui generis, presentándole el caso con todos sus antecedentes, oye con satisfaccion que el compañero y amigo aprueba lo hecho y agrega:—«Todo esto está muy bien; pero en la India hay un refrán que dice 'Elefante que se cae no se levanta más'»— tiene, segun parece, el deber de dar satisfaccion á cierta clase de gente que prejuzga sin conocer los datos, y, cuando se le dan, no los entiende.
Inmediatamente después de leerse la nota en la Intendencia, el Sr. Secretario Jorge Williams me comunicó que en ese momento se daba órden á dos veterinarios para que pasaran al Jardin.
Y los esperé, con bastante impaciencia, porque Nean estaba ménos animada, las conjuntivas empalidecidas, y en las córneas empezaba á esfumarse un tinte blanquecino, al cual los médicos de todo el mundo atribuyen mas importancia para el pronóstico del desenlace, que al grito de una Lechuza.
A las 8 ½ de la noche llegaron los señores veterinarios.
Se excusaron por el retardo, debido á que, ocupados en tareas de servicio, recien á las 8, al volver á su casa, habían encontrado la orden de la Intendencia.
Les dí los antecedentes, les manifesté el deseo de administrar un preparado de Estricnina, les entregué el enfermo, lo examinaron, le hallaron la respiración retardada, las córneas opacas, la temperatura normal, volvieron, les ofrecí asientos, y me retiré por un momento, pensando que habíamos perdido ocho horas, por causa sin duda de algún mensajero que no cumplió la orden de la Intendencia, de buscar á los veterinarios y entregarles las notas correspondientes.
Consultaron media hora, á cuyo término, me entregaron sus recetas y me dieron sus instrucciones.
Las recetas eran, la 1ª, 10 litros esencia de trementina, 10 id de alcohol alcanforado y 1 kilo de cloroformo; m. s. a., para uso externo, y, para el interno, un preparado de estricnina.
Por lo demás, me hicieron notar que no tenían competencia en las circunstancias del caso, y que sólo procedían por analogía,—lo que no ignoraba.