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una suavidad y un gusto de mujer; porque la gracia del conjunto tiene algo de femenino, y tambien porque siempre los hombres muestran mayor tendencia al utilitarismo que las mujeres, en ciertas cosas. Poco le importa al Hombre que el cántaro que lleva á la fuente, ó que deposita en su casa, tenga ó nó dibujos; lo que sí le importa es que conserve el agua. La Mujer, en todas partes, y en todos los tiempos, princesa ó india calchaqui, es la señora del hogar, el guardian de la propiedad y de la familia, vinculada á su heredad, que es su reino, como al Señor que la defiende. De lo que conozco de los Indios Argentinos, sólo puedo afirmar que su vida es externa con relacion á lo doméstico. En unos, ó en otros, la caza, la pesca, los cultivos, la fabricacion de canoas, armas, redes,—la guerra, las fiestas de la paz y la bebida, son sus ocupaciones habituales. Fuera de ésto, el hogar no es mas que el sitio donde «lo pasan echados de barriga» aunque no hayan leído Venus and Adonis de Shakespeare. La tarea de los hombres para los hombres. ¿Hay algo mas chocante que ver á un zángano barbudo planchando camisas de mujer ó lavando pañales por oficio? Cuando en mis viajes he llegado á un punto en que tenía que hacer vida de hotel, no he necesitado que me dijeran si en la casa tenía algún imperio una mujer, porque me ha bastado encontrar en los aposentos un florero ocupado aunque fuese por espigas sin frutos, aunque fuera por flores de trapo. Y cuando había alguna, y faltaban esas trivialidades, me parecía tan depravada como esas ultra-viventes y superabundantes civilizaciones orientales, en que los hombres, vestidos como mujeres, y adornados de perendengues de joyería, no tienen mujeres sino esclavas, y los eunucos imperan en su hogar.

Para nosotros se inventaron las estátuas y los bustos de los sábios, de los poetas, de los guerreros, las armas y los libros. Y para ellas los aderezos, el bibelot, las puntillas, los espejos, los abanicos y los floreros. ¿Qué mucho, entónces, que los pájaros mismos adornen la morada de las hembras retenidas, para distraer su cautiverio sexual? El Clamideres de Australia cuelga conchas de nácar y trapos vistosos en la enramada que proteje el nido en incubacion; el Boyero de Norte América aprisiona una luciérnaga en la boca del saco en cuyo fondo empolla la hembra una generacion melodiosa y así le refresca contínuamente la imágen de la estrella, que parece el númen de los cantos por venir, y el Ruiseñor teje en el aire de la noche primaveral, en torno de su compañera, un am-