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Posteriormente, el señor Agrimensor Juan Queirel me ha comunicado que las gentes de por allí tienen la siguiente costumbre:

Cuando alguno vá á rezar y prender velas sobre la roca de Itá-Cuá, principalmente los canoeros, dejan una ofrenda sobre las piedras, que consiste en dinero ó cualquier otro objeto, por pequeño que sea, pero que represente algun valor, como ser: anzuelos, víveres, etc.

Esta ofrenda es para que el que vaya posteriormente la recoja y rece por el que la dejó allí.

Es tanta la fé que tienen en ese procedimiento, que una vez varios bandidos, de vuelta de asesinar una familia en Santa Ana, llegaron á Itá-Cuá y dejaron sobre la roca parte de lo que habían robado á sus víctimas, para que la Vírgen les fuese propicia en su fuga.

Felizmente fueron apresados en el Paraguay, y como se resistieron á la autoridad, pasaron á mejor vida.

Este hecho demuestra la capacidad religiosa de esa gente.


VII.—El Paredon del Teyú-Cuaré.


(Cueva que fué del Lagarto).


Siguiendo por el Río Alto Paraná al Norte, y dejando detrás la boca del interesante Río Yabebuiry ó de las rayas, cerca del cual se hallan las ruinas del antiguo pueblo jesuíta de San Ignacio, se entra en una inmensa cancha de unos dos mil metros de ancho, que tiene sobre la costa Argentina unos enormes paredones de piedra cubiertos de magnífica vegetacion.

A éstos se les llama las rocas del Teyú-Cuaré, es decir, la cueva que fué del lagarto (Teyú), y la cancha toma naturalmente el mismo nombre.

Al cruzar delante de ellos, esos paredones, enhiestos en su mayor parte, y de gran altura, no sólo imponen, sinó que ofrecen al que pasa, por vez primera por allí, un espectáculo digno de toda curiosidad, rompiendo, con su aparicion, la monotonía del paisaje, si es que puede caber en aquella tierra maravillosa, en que cada rincon es de una belleza incomparable.

Varias veces he pasado por allí y nunca he dejado de admirar esa obra de la Naturaleza, intrigado con la leyenda que corre sobre ella.

Conversando más tarde con mi buen amigo D. Patricio Gamon, me refirió lo que había oído de boca de un indio viejo, el año 1855, á propósito del Teyú-Cuaré.