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jarritos de lata encima; esa es la fuente milagrosa, cuya agua van á tomar los enfermos que esperan curar así sus dolencias.

Para esto, es necesario que el que toma el agua, antes de hacerlo, diga al compañero que lleva: «Deme un poco de agua, por el amor de Dios» sin cuyo requisito ésta no surtiría efecto alguno.

Más al oeste de este punto, y cerca de allí, hay una caída de agua de cuatro metros, en forma de chorro, que es donde los enfermos, que pueden, se bañan, además de tomar el agua; segun cuentan, ésta tiene un gran poder curativo para todas las enfermedades.

Principalmente en los días de la Semana Santa es cuando el peregrinaje es mayor al cerro del Monge; cientos de personas de los pueblos del Brasil, como ser: de San Luis, San Borja, San Nicolás & acuden allí, llenos de fé en la eficacia de esas aguas, á depositar su pobre ofrenda á la capilla, que recibe todos los años una mano de pintura costeada por ellos.

Todo ésto es espontaneo, pues no tienen por allí sacerdote que los dirija en sus prácticas, de modo que esa pobre gente ha caído, no sólo en la supersticion en cuanto á ellas, sino que tambien éstas son por demás ridiculas, según se verá.

En el interior de la capilla hay un altar corrido, tosco, adornado con género, etc., y algunas colgaduras; sobre él se halla un santo de madera de 0.70 de alto, á pesar de estar arrodillado, que representa el Señor de los desiertos; por su factura se reconoce que ha pertenecido á las ruinas jesuíticas de San Javier, así como tambien una Virgen María que tiene á su lado.

A un lado, se halla tapado con un paño un cráneo humano que, segun dicen, ha pertenecido al primitivo monge.

Como la gente de por allí es muy pobre, sus ofrendas se reducen á velas de cera, adornos de papel picado, manos, pies, cruces y demás objetos de cera y papel, cintas é infinidad de chucherías que los devotos cuelgan á las ropas de los santos.

Pero lo más curioso es la práctica que tienen los que se casan, de ir luego á la capilla, y despues de rezar ambos, la mujer deja su traje de novia y los azahares que colocan al Señor de los desiertos, pero como éste se halla ya vestido con otro traje anterior, colocan el nuevo sobre el viejo, de modo que ya tiene como unos diez encimados.

Esto lo hacen para que la felicidad no abandone su nuevo hogar [1].

  1. Muchos de estos datos los debo á la amabilidad de mi amigo el Agrimensor Don Juan Queirel.