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Los peones y canoeros del Alto Uruguay, antes de emprender viaje aguas arriba, van á la capilla, toman agua de la fuente y prenden velas á los santos, rezándoles por un buen rato. Si no tienen muchas velas, por lo menos encienden un cabito, hecho lo cual se embarcan contentos; pero si alguno no lo hace, lo tildan de mason y cuando la canoa da alguna trompada sobre las piedras, ó sucede algún contratiempo en el viaje, los brasileros, sobre todo, refunfuñan, y con el mayor descontento exclaman: Iso tinha que suceder, meu amigo: co u monge não se joga!


XII.—La Isla del Diablo.


Como á una legua al Este de la ciudad de Goya (Provincia de Corrientes) existe una isleta de monte, que se llama la Isla del Diablo. Dado su nombre, tiene tambien su tradicion.

La Isla del Diablo, en otra época, fué un islote fantasma, tan pronto amanecía mas al Norte, ó mas al Sur, en una palabra, no tenía paradero fijo; pero eso no era nada en comparacion á los que la habitaban, espíritus infernales que prorrumpían en gritos y ruidos extraños cuando alguien pretendía acercarse allí.

Esto duró mucho tiempo, hasta que un dia llegó un fraile misionero, quien, con gran pompa, y previas todas las ceremonias de exorcismos correspondientes, la bendijo; desde entonces la Isla no se mueve mas.

Segun me comunicó mi amigo el señor Tomás Mazzanti, antiguo vecino de Goya, Bonpland creía que el orígen de esta leyenda provenía de que la tal Isla del Diablo debió ser antiguamente un gran embalsado que entraba por un brazo del Rio Paraná que debió allí existir, tanto más que al arrancar de raiz una planta, se encontró debajo de ella un anclote de tres puntas, que se cree fuera español. Este anclote me aseguró el señor Mazzanti haberío visto en poder de un botero el año 1860.

Indudablemente que algo de eso debe haber sucedido; pero el origen de la leyenda debe ser de época remota y trasmitida por los indios de generacion en generacion, hasta los blancos que, influenciados por ella, han seguido viendo el movimiento imaginario de la Isla, aunque ésta ya no tuviera ni siquiera intenciones de cambiar de sitio; mas aún, sin tener en cuenta ciertos fenómenos ópticos que debían producirse y que la fé aprovechó á su manera hasta la llegada del misionero, quien cortó de golpe la supersticion con el formidable poder de la ceremonia religiosa.

Lo que hay de positivo es que, durante mucho tiempo, antes de estar tan destruido el monte, sirvió de guarida á