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un monton de bandidos, un poco peores que todos los espíritus infernales habidos y por haber.


XIII.—El Pueblo Emboré.


Al Sr. D. Pablo Millot, antiguo vecino de las Misiones, debo los primeros datos de esta leyenda, los que he ampliado durante los viajes, con otros recogidos en todas partes.

Es creencia muy arraigada en las gentes de Misiones que los jesuitas, al ser expulsados, amontonaron todos sus tesoros en un pueblo que precaucionalmente habían hecho construir exprofeso en medio de la selva vírgen y de cuya existencia sólo ellos tenían conocimiento, pues los que actuaron en su construccion desaparecieron.

Este pueblo llamado Emboré, tenía sus casas sin puertas ni ventanas, y la entrada á ellas se hacía por subterráneos, cuyas bocas eran ocultadas escrupulosamente.

Los que transportaron los tesoros que, segun las gentes de allí, sobrepasan en valor y cantidad á todos los que refieren los cuentos de las mil y una noches, desaparecieron á su vez y con ellos los rastros que conducían al famoso Emboré, perdido desde entonces entre las sombras de la selva impenetrable y las densas nubes de la leyenda. A pesar de lo inverosímil de todo esto, no faltan personas que afirman su existencia, y algunos han llegado á costear expediciones volantes de peones que se han pasado dos ó tres meses batiendo la selva, naturalmente sin dar con el codiciado Emboré.

Una de éstas volvió, despues de una larga peregrinacion, con la noticia de haberlo hallado, pero que no habían podido entrar á las casas herméticamente cerradas, y que luego, al volver, habían perdido el rumbo, perdiéndose ellos á su vez.

Claramente se ve que esto no ha sido mas que una patraña inventada por los peones para darse importancia y justificar seguramente su ningun trabajo hecho en ese sentido; lo mas probable es que se hayan pasado el tiempo en el monte divirtiéndose á su modo, esto es: cazando y melando, y luego, cuando se les concluyeron las provisiones, volvieron con esa historia.

El afan de encontrar tesoros dejados por los jesuitas está muy difundido por las Misiones, tanto es así, que raras son las ruinas que no se hallen llenas de pozos y socavones hechos con ese fin, que las destruyen haciendo vencer las paredes, lo que es una lástima y una gran barbaridad.

En el pueblo de San Miguel (Misiones Brasileras) un antiguo vecino ya tenía cavados como treinta pozos en las ruinas de la iglesia y colegio, y todo su afan se reducía á