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Página:Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres (Tomo I. Entrega VII, pp. 193-224).pdf/10

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cántaro al agua que al fin se rompe, al Tigre le llega tambien su día, en el que á su vez suele ser víctima de los chanchos, debido á su arrojo y demasiada confianza en sí mismo.

Conozco muchos hechos acaecidos, en la region que me ocupa, de muertes de Tigres por los Chanchos, pero uno de los más interesantes, es el siguiente, que me fué referido por el Señor Don Patricio Gamon, respetable vecino del Alto Paraná, persona que me merece entera fé, y á quien debo numerosos datos interesantes.

El Señor Gamon ha sido, y es aún, á pesar de sus años, un gran aficionado á la caza mayor, sobre todo de tigres, y tiene fama de poseer perros superiores para este objeto.

Al ir á una de sus acostumbradas cacerías, acompañado con un amigo, despues de haber cruzado un gran trecho de campo, salpicado de grandes tacurús, y al entrar al monte que lo rodeaba, para largar los perros, á fin de que dieran con algún rastro de caza mayor, se detuvieron al oir un gran tropel que cerca de ellos se percibía.

El tropel les era por demás conocido para que no tomaran sus precauciones: eran los Tayazú (nombre que dan en guaraní á los Chanchos jabalíes).

Los perros fueron atados y escondidos dentro del monte (bosque), y ellos, á su vez, volviendo á la orilla, treparon, con sus armas preparadas, sobre un árbol, para comenzar la matanza, con comodidad y sin peligro.

La piara, al compás de su fuerte pisoteo y de un inmenso coro de gruñidos, en todos los tonos, segun la edad y sexo de los ejecutantes, salió del monte, y entró en el campo, abriéndose sus filas, y aumentando de extension, gracias á la holgura que este le ofrecía.

Ya nuestros cazadores apuntaban á los últimos, cuando una nueva aparicion les hizo bajar las armas.

Detrás de la piara, un bulto amarillo caminaba cautelosamente, aprovechando, para ocultar su cuerpo, todos los pequeños reparos que el campo le ofrecía.

Era un Tigre, y de los grandes.

El feroz carnicero deseaba carne fresca, y con su andar felino, casi arrastrando el vientre, la cabeza tendida, la mirada fija hácia adelante, avanzaba bastante ligero relativamente, escondiéndose, ya detrás de un tacurú, ya de una mata