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un rayo y estaba á punto de lanzar una coz terrible, cuando, felizmente reflexionó y se contuvo.

En otra ocasion ví, por el contrario, cómo el potrillo, con sus labios, acariciaba á Hémú, y que éste, para que aquel le pudiera llegar hasta las orejas, agachaba la cabeza siempre más. Imposible me es describir la expresion de la cara de Hémú, que, sin duda, se sentía en el colmo de la felicidad. Desde entónces profesó un amor especial al potrillito y no se cansaba de jugar con él, hasta que éste buscaba solamente á la madre para mamar. Cuando el chico ya fué potro (Potro le dí por nombre), y empezó á revelar la inclinacion de su sexo, Hémú, el celoso Hémú, no demostró contrariedad alguna.

La vigilancia de mis caballos me costaba mucho tiempo. Cierto día se me ocurrió la idea de atar al Potro, en la suposicion de que los demás quedarían cerca de él. Así lo hice; pero el éxito no correspondió á mis esperanzas: ni la madre, ni Hémú, su inseparable, hacían caso de los llamativos del pobre Potro; todos se alejaban; la madre se conformó con responder á sus gritos, pero nada más. Esto me extrañó mucho. Al cabo de algunas horas, Potro había logrado arrancar la estaca en que estaba atado, y se fué, como era natural, de carrera, para encontrar á los demás. Lo primero que hizo fué pedir de mamar á su madre, pero Yegua no estaba dispuesta á ceder en este punto y se fué al trote. Curioso por ver cuál sería el vencedor, los seguí tambien. Yegua se fué al río para tomar agua, y me parece que indicó á su hijo que el agua era una bebida muy saludable. Potro bajó la cabeza hácia el agua, la miró con aire triste, pero no pudo decidirse á probarla, y el final habrá sido que mamá tuvo que ceder á las instancias de su hijo. Así son las madres. Yegua había aprovechado la ocasion, cuando él estaba atado, para destetarlo, alejándose de él.

Lise era muy aficionada á estar en sociedad de yeguas que andaban con cria. Siempre se iba á pastorear con los caballos de mi vecino, quien tenía algunas yeguas con chicos. No la he visto jugar con éstos, ni hacer cariño á las madres; pero cada vez que se me escapaba la encontraba entre ellas y tuve que hacer muchos esfuerzos para apartarla, lo que siempre tenía que hacer á pié, porque á Hémú