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no podía gobernarlo para este fin; él hacía causa común con Lise. Un petizo viejo, perteneciente á la tropilla del vecino, y muy amigo de Lise, salía al encuentro mío, cuando iba á apartarla, hablando en pró de ella: «que estaba bien allí, que todos la querían, que no se perdería», así á lo menos interpretaba las voces guturales que dejaba oir. No sé si éstas eran tomadas del lenguaje de los caballos, ó si eran reproducciones de las impresiones que al petizo había causado el habla humana; pero lo cierto es que él dejaba oir una série de sonidos articulados, y que el tono de éstos era rogativo. Bien hubiera merecido el petizo que accediese á su pedido, en recompensa de esta exteriorizacion tan rara, aunque solamente hubiera sido para instigarle así á producir otras de la misma índole; pero las conveniencias con el vecino me obligaban á no hacerlo. No todos los caballos del vecino pensaban como el petizo, y dos de entre ellos se acostumbraron á ayudarme á apartar á Lise, lo que así no me era difícil. Sea que el móvil para ésto haya sido evitar que la tranquilidad de la tropilla se interrumpiera por mis operaciones, ó tal vez que yo les hubiese sido señalado como hombre de bien por mis propios caballos (como de la iniciativa del petizo se podría suponer), me ayudaban por favor y acabaron por traerme á Lise sin que yo tuviera necesidad de incomodarme. Una vez observé que el mejor de los caballos del vecino corría tras de Lise por más de una hora; se encontraban á bastante distancia entre médanos, en contínua carrera, hasta que al fin Lise quedó vencida y entró completamente estenuada al terreno mio para juntarse con Yegua y Hémú, mientras que el vencedor volvía tranquilamente y pasaba por delante de mí para ir á su querencia. De buena gana le habría dado una propina, si hubiera tenido qué darle.

Cierta hermosísima mañana de Primavera, en que todo invitaba á la alegría, la luz del sol que brillaba en el azul de la bóveda celeste y el verde claro de los campos y de los sauces, me ocupaba en observar el juego de los Chimangos que, en gran cantidad, se habían juntado, ejercitándose en el aire á alto vuelo en curvas entrelazadas, haciendo al mismo tiempo oir sus voces poco armoniosas, pero que sin embargo en parte aumentaban la alegría que respiraba toda la