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tenerla atada, por la aficion extraña que tenía de invadir los trigales ya espigados, al sólo objeto de sentir el choque de las espigas en las piernas y en el vientre, moviendo aquellas como acostumbran cuando se bañan, mirando, como pensativa, los movimientos de las espigas, sin que jamás la viera comer del trigo. Una tarde, cuando la llevaba al corral, me asustó, al verla que tenía aspecto de pegarme una coz, con la mirada furiosa,—así me parecía al menos. A la tarde siguiente, se repitió esto otra vez, y me convencí de que era una pantomima, que quería decir: «lárgame ¿no ves que estoy para parir? (mostró su vientre con la cabeza), ó te pego una patada».

Ignorante de los signos que anuncian el parto, no accedí, en la creencia de que todavía pasarían semanas: ésto dió lugar á que Yegua, á la tarde siguiente, renovase su pedido con más energía aún, y con tal claridad, que no me quedó duda alguna: pedía su libertad para irse á elegir un lugar á propósito para el parto, pero no la solté, y en la noche me despertó un grito parecido al que había lanzado Yegua cuando se clavó el palo al saltar el corral. Sospechando que Hémú estaba suelto y atacaba tal vez á Yegua, me levanté, pero encontré todo tranquilo; apenas entré otra vez á casa, oí otro grito igual; al volver al corral, vi un bulto cerca del porton y al lado de éste á Yegua echada: era el potro nacido. Para tranquilizar á Yegua y evitar que Hémú cometiese alguna torpeza, lo saqué del corral para atarlo en alguna de las estacas que había allí cerca. Mientras lo buscaba en la oscuridad, Yegua se había ido, llevándose el potrillito, nacido apenas hacía un cuarto de hora.

Al día siguiente procuré observar cómo se portaría Hémú con el recien nacido. Miraba al chiquitín desde alguna distancia, y me parece que tanto con miedo como con curiosidad. Seguramente la madre habría frustrado toda tentativa de aproximacion por parte de su adversario. Algunos dias mas tarde vi que Hémú se ocupaba en reconocer el potrillito, es decir, le olfateaba de arriba abajo con la mayor prolijidad. Empleó horas en esto. Al fin, cuando llegó á las patas, el chiquilin se impacientó á causa de este exámen tan prolongado, y ensayó cocear con sus patitas aún tiesas. Tan pronto como Hémú vió este desafío, dió vuelta como