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Naturaleza, ví aproximarse un caballo colorado del vecino, á los mios, y al señor Hémú salir al encuentro de él, como quien hace los honores de la casa. Ambos tomaron parte de la alegría comun. Hémú parecía alabar al otro la bondad de sus pastos; comieron juntos, risueños. Mi atencion se dirigió á otra parte, cuando de repente oí gritos de rábia del lado de Hémú y ví que éste atacaba á patadas á su huésped, quien sin duda se había demostrado demasiado caballero con mis yeguas y por consiguiente despertado los celos de Hémú. El colorado tuvo que ceder, entregándose á la fuga, seguido de su adversario, el que, á pesar de ser muy gordo y casi del tamaño de un frison, no cedía en nada al colorado (el mejor caballo del vecino). Noté que Hémú no permitía que el colorado saliese campo afuera, sino que le dirigía contra el rancho del vecino, lo que al fin consiguió, haciéndole parar cerca de la casa de su dueño, sin duda porque Hémú consideraba el trabajo como el mejor medio de quitarle los pensamientos en esposas ajenas.

Lise estaba ya adulta y me pareció bien que se casara. Como en la vecindad inmediata no había padrillo, pedí uno prestado á un Indio que vivía algo distante, un tordillo flaco y de poca fuerza, porque servía constantemente de caballo de silla. Curioso por ver cómo se portaría Lise con el padrillo, encerré ambas yeguas con él en el corral. Noté que Yegua comunicaba algo á su hija, lo que se revelaba en los cambios de la expresion de la cara y de los ojos, así como por sonidos poco perceptibles; al fin Lise se dirigió resueltamente al tordillo, que no demostró ningun interés, y le asestó una manotada en el lomo. Jamás había visto que un caballo hiciera tal uso de la mano, ni mucho menos levantarla á una altura tan grande. Como Lise era siempre como una oveja, sin duda este golpe no era agresivo, sino que tendía á excitar al padrillo; pero éste tenía miedo y no se movía. Despues quise ver lo que diría Hémú y lo busqué, bien asegurado, con bozal y cabestro.

Tan pronto como vió al tordillo encerrado con las yeguas, su cara se desfiguró por una ira tremenda; casi no pude retenerlo; hubiera querido pasar por entre los palos de las tranqueras del corral.

El padrillo quedó encerrado con las yeguas durante la