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noche. En una esquina del corral existía un chiquero de dos y medio metros en los costados. A la mañana siguiente encontré al padrillo en el chiquero, y las yeguas por delante, de guardia, una en cada costado, teniendo prisionero al tordillo, que se mostraba muy abatido. En seguida lo mandé á su dueño, y por otro lado á Lise tambien, para que anduviera con la tropilla de un amigo que tenía padrillo. Cuando ella volvió, Yegua, la madre, al olfatear á su hija, prorrumpió en demostraciones de gran alegría.

El caballo sirve al hombre como medio de locomocion para acortar las distancias. Y aun cuando reconocía la verdad de este aforismo, en realidad Hémú poco servicio me prestaba en tal sentido, porque aunque siempre salíamos á galope, él, que me conocía, no tardaba mucho en andar al paso. Distraído, no lo notaba tan pronto; cuando me daba cuenta de ello, otro galopito, pero como el ritmo de los pasos del caballo excitaba mi mente y me abismaba en un mar de pensamientos, Hémú podía caer del galope otra vez sin que lo notase y así siempre. Los vecinos se reían de mi andar á caballo. Para remediar esto, presté á Hémú á un amigo, quien me prometió corregirlo. Cuando despues de un mes volví á buscar á Hémú, éste había enflaquecido, y, de tan cansado, ni siquiera daba señales de conocerme. Quise ver cómo se reconocería con las yeguas. Lo llevé del cabestro. Hémú no miraba en rededor suyo; estaba muy triste, no buscaba sus yeguas. Cabizbajo, se dejó llevar devorando con los ojos los pastos primaverales, pero sin atreverse á comer. Muy cerca ya de las yeguas, Hémú levantó la cabeza, vió á sus amigas y lanzó un grito muy prolongado, parecido al silbido de una locomotora. Le dí su libertad, y él bajó en seguida la cabeza al suelo para comer. Las yeguas, para saludarlo, dieron dos vueltas alrededor de él; eso es costumbre entre los caballos. El así festejado, á la segunda vuelta y en el momento en que los cuerpos de los otros están paralelos al suyo, suele unirse á ellos, corren todavía una ó dos vueltas en círculo para alejarse despues como llevados por la fuerza centrífuga en línea recta; pero Hémú no estaba dispuesto á responder pa eso.

El comía, y en vano se aproximó Lise; él no hizo caso ella le acariciaba con los labios; él comía y no se dejó distraer ni por un momento: tenía hambre el pobre.