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Hémú ya galopaba bien; pero no pasó ni una semana sin que anduviéramos como antes. La culpa no era de él.

Para ir al pueblito mas cercano tomaba siempre el mismo camino, que era bastante derecho. Al volver de noche, en la oscuridad, largaba las riendas, dejando en libertad á Hémú para elegir el camino. Así comprobé que él no seguía el camino por el cual yo iba, sino que tomaba en línea recta, sin hacer caso de los obstáculos que se le presentasen en el camino. Llegado á mi terreno, no pensaba en llevarme á la casa y ser desensillado; el pícaro se iba á buscar sus yeguas, lo que, en noches oscuras, me hacía perder mucho tiempo antes de encontrar mi casa.

Hablando de la inteligencia de los caballos, un amigo refirió lo siguiente: «Tengo un padrillo jóven y fuerte; aunque tiene veinte yeguas, él se va para pelear con otros padrillos y conquistar mas yeguas. Así, últimamente, venció al padrillo de mi vecino; lo corrió algunas leguas campo afuera, volviendo luego para apoderarse de las yeguas del vencido. Lo primero que hizo fué enseñar á éstas el lugar donde toman agua, es decir, en las tinas que están delante de mi casa; pero á mí no me convenía esto, porque habría tenido que tirar doble cantidad de agua, así es que lancé entre las yeguas una caja de lata llena de pedazos de fierro; asustadas aquellas, dispararon en todas direcciones. En vano el padrillo quiso juntarlas otra vez, pero al fin se convenció de lo infructuoso de su afan y volvió solo al rancho. Cansado, quedó allí parado, cabizbajo, triste; de repente levantó las orejas, relinchó y salió á la carrera: recordaba su propio harem, y olvidando despecho y cansancio, fué á buscarlo.»

Vendí mi terreno con los animales, y después de haber pasado algunos meses en la vecindad, me dispuse á abandonar el territorio. Los dueños actuales de Hémú me lo prestaron para ir algunas leguas mas abajo; pero el pobre no daba señal de reconocerme, estaba muy cansado, tenía maseta en una pata. Aquellos bárbaros habían arrastrado con él troncos de sauces verdes, de un peso tal, que, dos yuntas de bueyes habrían tenido trabajo en llevarlos. Despues de algunas horas de camino me despedí de él para no verlo más. ¡Pobre Hémú!