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Todo ser animado, privado de la sociedad de sus iguales, trata en lo posible de suplir esta falta, asociándose á otros seres; así lo hice tambien: al anochecer me divertía con mis caballos, cuando, despues de encerrarlos en el corral, los observaba para formarme un juicio sobre sus facultades mentales y sobre los medios de comunicarse sus impresiones é intenciones, de lo cual pronto me convencí.

Sin embargo, debo prevenir que no soy de aquellos que pretenden levantar el animal á la altura intelectual del hombre.

Mucho se ha escrito ya sobre la inteligencia del caballo; pero dudo que se hayan hecho observaciones en animales que, á la vez de ser domésticos, se encontraran casi tan libres como en estado salvaje.

El caballo que en primera línea me dió material para este trabajo, fué un zaino, bagual, que, ya en estado adulto, había caído en manos de los pampas, los que lo hicieron caballo, y conservó los recuerdos y costumbres de su anterior estado de padrillo. En la campaña militar contra los Indios, bajo las órdenes del general Roca, formaba parte del botín, y despues de diferentes dueños pasó á ser de propiedad mía: era de un tamaño poco comun, en algo parecido al tipo del caballo normando, y conocido en la vecindad como animal de poca confianza y peleador entre sus iguales; por este motivo, el último dueño había tenido la precaucion de mantenerlo en estado de flacura y de recargarlo con trabajo.

Por nombre le dí el de 'Hémú (palabra pampa), porque al hacerlo entrar una noche en el corral, me encontró un muchachito indio, mandado por sus padres para pedirme alguna cosa, y como el caballo no tenía prisa alguna para entrar en el corral, pero sí en aprovisionarse en lo posible de pasto para la noche, y confiado en la bondad de su dueño, tenía que tirarle mucho del cabestro, y el niño acostumbrado á ver los caballos mas sumisos, exclamó:

«Hémú quiere almorzar ahora» (entrada del sol). En lo sucesivo, cuando Hémú no me obedecía, lo que muy á menudo era el caso, tambien le llamaba Hémú, hasta que al fin me acostumbré á darle tal nombre. En el andar del tiempo, nos hicimos amigos, y el señor Hémú se acostumbró en cierto modo á tratarme como á sus iguales. Cuando en ratos