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de ocio le rascaba el cuello, sus ojos, ojos de un moreno claro, con gris, parecidos á los humanos, de una expresion por lo comun ya suave, vagaban de amor, en el olvido, y, por reciprocidad, como es costumbre entre los caballos, agarraba con sus incisivos mi chaleco, queriendo rascarme tambien.

Salíamos juntos, es decir, yo encima de él, y si le daba un rebencazo, Hémú á su vez daba patadas.

Lo mismo hacía cuando, al cruzar un zanjon, con un carrito al que se ataba, éste le chocaba las patas.

Las sementeras me obligaron á tenerlo atado. Cuando Hémú tenía sed y me acercaba á él, entónces me comunicaba, con gestos fácilmente comprensibles, su deseo: levantaba la cabeza, mostrando con ella el río, como lo haría un hombre con la mano, tirando de la soga é imitando con los labios aquellos sonidos que los caballos dejan oir cuando acaban de tomar agua y con lo que revelan estar satisfechos. En las orillas del río, entre los sauzales, crecía aquí y allí una que otra mata de pasto tierno; para que gozase de éstos, que le gustaban mucho, le daba, comunmente despues de haber tomado agua, un poco de libertad.

Sucedía entonces, á veces, que Hémú, que sentía la necesidad de hacer movimiento, me invitaba á correr un poco, como para ver quién sería mas lijero; él corría algunos pasos, volvía, me hacía señas para animarme, relinchaba y al fin demostraba disgusto por mi pereza, y se iba á buscar sus compañeras, dos yeguas, madre é hija, las que, con mas facilidad correspondían á su iniciativa.

Estas correrías con las yeguas alcanzaban cada día mas léjos, y más trabajo me costaba cada vez el aprisionar de nuevo á Hémú; para cortar ésto no le dí más libertad, pero él protestó enérgicamente, como los niños mal criados, cuando no salen con su voluntad, saltan de rabia con los piés juntos y gritan; asimismo hizo Hémú con los cuatro suyos, gritando como un chancho; pero ciertas consideraciones por mis callos me obligaron entonces á largarlo.

El trayecto para ir al agua, conducía por encima de un médano; yendo adelante, me encontraba ya abajo, cuando Hémú todavía estaba en la cima. El se paró y ningún tirar del cabestro le podía hacer caminar; me miraba de arriba,