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que entraban dócilmente al corral. Supuse que se comunicaban sus intenciones y, en verdad, pude comprobar que la señal para estas escapadas consistía en sonidos poco perceptibles.

En el corral, Hémú y Lise se rascaban y se hacían cariños; pero cuando Lise hacía á veces igual cosa á su madre Hemú se impacientaba y demostraba sus celos por ataques groseros.

Cierta mañana lanzó Yegua un grito desesperado; salí de casa, ví que ella acababa de saltar fuera del corral. No dí mayor importancia á esto, hasta que mas tarde ví que un palo del corral estaba roto, ensangrentado, y tenía pegados pedacitos de carne y pelo; busqué á Yegua y vi que presentaba una herida grande en el vientre, le colgaba un triángulo de cuero de unos 15 centímetros, cerca de las mamas. Con ayuda de un vecino la curé; felizmente no estaban interesados los intestinos (se encontraba en estado de preñez muy avanzada). Este animal, que nunca se dejaba tocar, ahora me permitía, en campo abierto, pasar por entre sus piernas para examinar el estado de la herida que mostraba con la cabeza que le aproximaba, y con quejidos me comunicaba que sentía gran dolor; pero á medida que sanaba, volvía á su anterior repulsion contra toda tentativa de aproximacion.

Llamó mi curiosidad el hecho de que, alrededor de la herida, cayeron, á ambos lados, los pelos, en un ancho de un dedo, evitando así la entrada de los mismos en la herida y la ulceracion consiguiente.

Como Hemú era el culpable del accidente narrado, y en prevencion de otros, coloqué en un lado del corral un palo, en el cual lo ataba de noche, con suficiente libertad para que se pudiera mover y echarse á gusto; así es que estaba condenado á ver que Yegua y Lise se rascaban, por lo que su cara demostraba ira y envidia. Sucedía entonces, á veces, que ellas, olvidando la presencia de él, se le arrimaban poco á poco. Hémú no se movía; midiendo entónces con ojos furibundos la distancia que separaba las yeguas de sus patas, así que estaban á su alcance, les lanzaba una descarga formidable de sus nerviosos piés.

Llegó el tiempo del parto de Yegua, y me ví obligado á