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Quizá tenga usted razón. ¡Pero si esto es maldad...!

Hizo un gesto de desesperación, y, sin terminar la frase, se dirigió hacia la casa. Su ancha espalda iba inclinada como la de un enfermo o la de un hombre al que acabasen de pegar. Sin embargo, en el comedor, a la luz de la lámpara, recobró su aspecto ordinario; pero ya no bromeaba y evitaba visiblemente mirar a Eugenia Egmont.

Cuando todos se marcharon, pidió permiso para ir al cuarto de Sacha.

«¡Ah, si me atreviera a escuchar detrás de la puerta!—pensó Helena Petrovna.

—Eso no me gusta, Basilio Vasilievich—le dijo Sacha, sin ambages; eso es bromear y hacerse el niño. Así induce usted a todo el mundo a error.

He comprendido también la significación de sus miradas, y eso tampoco me ha gustado.

Kolesnikov pensó tristemente: «Dios mío, después de la hermana, el hermano! ¡Esto sí que es puritanismo!

Y respondió con resignación:

—Quizá tenga usted razón. Pero yo creo, Alejandro Nicolaievich, que no hay que atarse la cuerda al cuello antes de que llegue el momento.

Ya sufrirán bastante los suyos. En cuanto a mis miradas, ya le he explicado a usted el motivo:

puesto que tengo la intención de cerrar mi unión con usted, es preciso que estudie la gente que le rodea.

Sacha no respondió; estaba sentado ante la mesa,