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la montaña... Ya sabe usted... Cuando estaba ardiendo aquella finca...

Kolesnikov se levantó y se despidió.

—¡Hasta la vista!

—Pero tanta prisa tiene usted ahora? ¿No quería usted hablarme?

—Ahora prefiero volverme a casa.

Sacha se acordó de aquella «casa» que había visitado una vez: era una pequeña habitación sucia, mal oliente, llena de periódicos viejos y de ropas usadas, con manchones de barro seco por el suelo. Kolesnikov la había alquilado a un zapatero.

Ambos guardaron silencio algunos instantes.

«Si le dijera que quizá me he engañado en el nombre del oficial...—pensó Kolesnikov—. Pero es inútil; el destino debe cumplirse...» «Si fuera a acompañarle...—pensaba al mismo tiempo Sacha. Tanto más, cuanto que no podré dormir... Pero no, no vale la pena... Peor para mí si paso una mala noche..." —¡Hasta la vista!

—¡Hasta la vista!

No se puede esperar Un domingo de abril, un día dulce y cálido de estío, Kolesnikov y Sacha hicieron acopio de provisiones y pasaron todo el día fuera de la ciudad.

Volvieron ya tarde, por la noche.

XIII.