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La obscuridad no les dejaba apenas ver el camino. A la derecha todo se perdía en las tinieblas inmóviles, y no se podía distinguir si era campo o bosque. El olor acre de la tierra labrada y una negrura particular aterciopelada indicaban que era campo. Aun más negro, negro hasta cegar, estaba el lado izquierdo, por encima del cual verdeaba la parte oeste del cielo. El horizonte se notaba tan próximo, que los postes telegráficos parecían salir de su línea obscura.

Acalorado por la marcha rápida, Sacha se desabrochó la chaqueta y la camisa, aspirando su pecho desnudo la suave y tierna frescura de la noche admirable. Le parecía que estaba sumido en un sueño remoto, olvidado hacía mucho tiempo y belloen extremo: tan seductor era el encanto de los campos invisibles. Pero la causa principal de su felicidad en aquella noche que los hombres dormidos no veían que a él le parecía única y la más bella de toda su vida, la causa principal de su ventura se hallaba en su propio corazón. La vergüenza de su inutilidad y de la estupidez de su vida habían desaparecido. Hacía veinticuatro horas que había recobrado su propia naturaleza ingénita; ahora era ya él, Sacha, tal como había nacido. Marchaba con alegre resolución sobre la tierra por la cual debía morir muy pronto.

—Sí, querido—decía Kolesnikov con una voz tan dulce y melodiosa que obligaba a asentir a la opinión de aquel imbécil» que había asegurado en otro tiempo que tenía una hermosa voz—. Sí,