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Andrés Ivanich cogió la balalaika y dijo sonriendo:

—El que se interesa por mis pensamientos los conoce sin que yo se los diga... Ahora, ¿que quiere usted que toque?

Pero Kolesnikov ya no quería música. Una enorme tristeza invadía su alma; iba a romper a llorar.

Su corazón estaba oprimido por el afecto, por la conmiseración a Sacha, a aquel marinero con su balalaika, a todos los seres vivientes.

Se despidió y se fué, inquieto, turbado, buscando el bueno, el verdadero camino, y preguntándose dónde está la verdad. Diríase que Kolesnikov, en aquellos momentos, personificaba la conciencia agitada de todo el pueblo ruso, que, en las tinieblas, a tientas, buscaba su camino.

XVI

Mi alma está sombría Acercábase el día fatal fijado para la partida. Y a medida que se acercaba tomaba dimensiones mayores y aumentaba la velocidad con que del futuro corría hacia el presente. Diríase que el hombre y el día iban uno al encuentro del otro, como dos trenes.

El tiempo pasaba con una rapidez vertiginosa. Al menos, a Sacha le parecía así. Pero a veces hasta los minutos se le hacían largos como años; era cuando pensaba en su madre.