des esfuerzos para no reír, inflando los carrillos; pero acababa por romper en carcajadas, derramando el te sobre el mantel; en seguida se refugiaba en la habitación próxima, para seguir riendo a sus anchas. El general reía también a carcajadas, y cuando Sacha volvía, la madre fijaba en él una mirada inquieta, pensando: «Morirá en la guerra. Sacha, en aquella época, estaba estudiando en la Escuela Militar, según los deseos de su padre.
Probablemente, ante el temor de perder a su hijo en la guerra—temor que nunca la abandonó—, Helena Petrovna, cuando murió el general, sacó de la Escuela Militar a Sacha. Luego, tras algunas vacilaciones, vendió parte de sus bienes y de su mobiliario y marchó con sus hijos a su pueblo natal, N..., que le era muy querido por haber vivido en él los tres primeros años de su matrimonio.
La madre de Sacha era una mujer inteligente y no desprovista de voluntad. Pensaba que en la vida apacible de una ciudad de provincia su hijo estaría más seguro que en la enorme capital agitada, febril y pervertida. Su pueblo natal no había cambiado en todos aquellos años, y al volverlo a ver la señora Pogodin no halló ninguna decepción. Rodeó a toda la familia de un silencio imperturbable. Sacha ya no provocaba en su madre ninguna idea sombría o dolorosa; habiendo substituído la guerrera militar, con sus terribles charreteras, por un pacífico uniforme de colegial, se había hecho un muchacho como todos los demás. Daba gusto verle con su gabán, que le bajaba hasta los tobillos.