Soloviev sonrió.
—Si me hubiera ocupado verdaderamente de otras cosas, lo hubieran oído ustedes, sin duda.
Luego, percatándose de la mirada severa de Sacha, se apresuró a añadir:
—Pero quizá tenga usted razón; más vale dejar aquí a Fedot.
Sin embargo, Sacha decidió llevar a Fedot y aun darle una tercerola, pero no cargada; precisamente había una inservible, que no tiraba.
Cuando quedaron ultimados los detalles del plan, Sacha ordenó:
—Tú te puedes ir, Soloviev. No te necesito ya.
—A sus órdenes, Alejandro Ivanovich. Si me permitiera usted una pequeña objeción... No hay que fiarse demasiado de esa gente... Corren rumores...
Naturalmente, ahora, estando el pueblo de nuestra parte, nada tenemos que temer; pero si esto cambia, no habrá seguridad ninguna. De esa gente, que no tiene educación, puede esperarse todo, Alejandro Ivanovich.
—Bueno, vete—ordenó secamente Sacha.
Pero al encontrarse con su mirada asustada, sombría, como la de los demás campesinos, añadió con más dulzura:
—Vete, querido, y no temas nada... Anda; quiero hablar con Kolesnikov.