como rodeados de cenizas apagadas, pero calientes aún. Sacha tenía los mismos ojos: era más moreno aún que su madre, sobre todo por el cuerpo. Cuando se mudaba de camisa, su madre se asombraba de verle tan moreno, como si no fuera hijo suyo. Se extrañaba y afligía también al comprobar que Sacha, como el padre, no tenía ningún talento. Durante los primeros tiempos de su vida en la apacible ciudad de N. hacía todo lo posible por dar a cuanto la rodeaba un carácter de belleza, y aquella falta de talento en su hijo le parecía una gran desgracia, como si hubiera sido ella misma la culpable de este defecto.
—¡Ah, Sacha, ni siquiera tienes oído para la música!—le reprochaba, sintiendo ella misma la injusticia del reproche. ¿Ves cómo toca el piano Lina?
La pequeña Lina agitaba desesperadamente las manos y gritaba con voz dolorosa:
—¡Ah, madrecita mía, es terrible! ¡No tiene cinco céntimos de sentido musical! Como este farol...
Procuro enseñarle algo, pero es inútil: ni siquiera sabe tocar el vals de los perros».
—El vals de los perros» lo sé—decía tranquilamente Sacha, sin levantar sus ojos negros y como rodeados de cenizas.
—¡Sacha, eso no es verdad!—decía indignada la pequeña. Tocas ese vals de tal modo, que ningún perro querría bailar al son de tu música.
Luego, muy agitada, se dirigía a su madre:
—Pero haces mal en reñir a Sacha, mamá. Es desgracia suya. Le gusta la música, pero no la com.