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Las dos balalaikas tocaban ahora bailes campesinos. Las manos hábiles pulsaban las cuerdas con creciente rapidez; Petruscha, que no tenía mucha experiencia de tañedor, era más lento; en cambio el marinero, apenas había puesto los dedos en las cuerdas, retiraba en seguida las manos como si tocaran fuego. Petruscha sonreía; pero Andrés Ivanich permanecía severo y grave como un novio durante la primera entrevista con los padres de su novia.

Sacha estaba conmovido. Diríase que ahora solamente comenzaba a vivir la vida. En su espíritu adquiría todo un aspecto nuevo; se sentía regenerado y le parecía estar más cerca de su padre que de su madre. Sí, era su padre, el general Pogodin, quien resucitaba en él, con su severidad implacable, con su despotismo. Pero Sacha no se asustaba por esto; no lo lamentaba; por el contrario, trataba de aumentar aún más su semejanza con el padre; daba a sus ojos la expresión que había visto en el retrato de su padre, los redondeaba y los hacía feroces, soberbios, implacables. Y gritó como un verdadero atamán:

—¡Soloviev! ¡Baila!

Más voces repitieron apresuradamente su orden:

—¡Vaska, pronto! ¡Soloviev! ¡Te lo han ordenado!...

Kolesnikov no sabía bailar; pero adoptó una postura de baile muy expresiva: el hombro derecho hacia adelante, las manos en la cintura, el pie derecho golpeando con impaciencia el suelo, y esperó.