Voy a echar un poco de leña a la hoguera; deben de tener frío.
El horizonte se iluminaba anunciando el fin de la noche.
Aquélla fué la única noche en que Sacha hubiera podido dormir tranquilo. Pero no lo sabía.
La primera sangre El telegrafista, rubio, de cabellos rizados, joven de diez y ocho años, bajó de pronto sus manos, levantadas en alto en actitud de desperezarse, y se lanzó a la salida. Algunos hombres bajaron también las manos. En la habitación, donde hasta entonces había reinado el silencio, comenzó el movimiento.
Kolesnikov, que estaba ocupado cerca de la caja, gritó:
IV
—Tira, Sacha!
Pogodin disparó. El telegrafista, como si le hubieran empujado, tropezó contra la puerta, cuya llave no había tenido tiempo de volver, y cayó en la habitación, a los pies de Sacha. Durante algunos instantes su cuerpo se agitó en el suelo; luego quedó inmóvil. Bajo su cabeza se formó un charco de sangre que manchó sus cabellos rizados; pero el cuello de la camisa bordada conservó intacta su blancura, respetada por la muerte.