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viev, hablaban y reían; pero en el segundo, donde estaban Sacha, Kolesnikov y Eremey, se guardaba silencio.

" De pronto el primer carruaje aceleró la marcha y adelantó mucho al segundo.

—¡Ea, hasta mañana!—oyó gritar Sacha de lejos a Soloviev—. No hay que dar ninguna orden, Alejandro Ivanovich?

—No. Podéis iros.

—¡Hasta mañana, Basilio Vasilievich—dijo Soloviev. Ten cuidado, Eremey, no pierdas el camino.

Y añadió algo, que provocó risas alegres entre sus compañeros de carruaje.

El primer vehículo se iba alejando cada vez más.

El segundo avanzaba en silencio, atravesando ora el bosque, ora los campos, en donde estaba al descubierto. Saltaba por el camino accidentado, tropezando contra las agudas raíces, las piedras y los baches, hundiéndose en las hondonadas y en los barrancos. Una vez se inclinó tanto que los viajeros estuvieron a punto de caer. Eremey, que veía en la obscuridad casi tan claramente como a la luz del sol, evitaba expresamente el camino por donde hubieran podido avanzar más tranquilos.

Aquellas desviaciones continuas engañaban a la policía y la dirigían sobre una pista falsa.

Vieron la cinta blanca de la carretera.

—Ahora podemos seguir este camino—dijo Eremey. Ya no hay peligro... Tendremos que atravesar el puente... En verano se podría ir por el