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cauce del río; pero ahora hay demasiada agua...

No es cosa de que nos ahoguemos... Además, estamos tan lejos de la estación, que no hay miedo de que nos cojan... Hemos hecho una buena caminata... y de prisa, ¿no es verdad?

—¡Ya lo creo! —dijo Kolesnikov—. Ha sido una carrera diabólica... Yo estoy hecho polvo. Sacha, ¿estás vivo todavía?

—Parece que sí.

—¡Maldito coche!—dijo Eremey, soltando un juramento de los más groseros. Era ésa una costumbre a la que no podía substraerse; acompañaba cada frase con un juramento terrible, que pronunciaba con voz colérica.

—Ha cogido usted mucho dinero, Basilio Vasilievich?—preguntó.

—No lo he contado aún. De todos modos, habrá bastante para construirte una isba.

A los pocos minutos, tras algunas terribles sacudidas que les hicieron saltar sobre los asientos, el carruaje corría por la carretera. El caballo avanzaba más tranquila y lentamente. Allí mejoró mucho la situación; había más claridad y más espacio.

Cuando iban por el bosque, les parecía que el tiempo era tempestuoso y que hacía viento; pero en aquel camino el ambiente era de calma y se respiraba con más facilidad. El camino iba por en medio del bosque negro.

—Yo no necesito casa— —dijo Eremey, tras una breve pausa. Hubiera quemado la que poseo...

No quiero tampoco dinero... ¡Que revienten todos!