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Debimos prender fuego a la estación. ¿Por qué no lo has hecho?—preguntó a Kolesnikov—. ¡Es que querías economizar las cerillas, quizá?

—¡No seas tonto!—respondió Kolesnikov. No es tan fácil como crees eso de prender fuego a la estación; no es un saco de paja. ¿Qué dices, Sacha?

Sacha no respondió.

—Si hubieras prendido fuego a la estación, el camino estaría bien iluminado..., sería más cómodo... Y no es tan difícil como tú crees; una vela incendió la ciudad de Moseú. Además, puesto que eres un hombre instruído, podrías tener un aparato especial para prender fuego.

Sacha seguía silencioso. Eremey estaba visiblemente indignado. Soltó las riendas, y revolviéndose en su asiento continuó:

—Mira: un carpintero, por ejemplo, lleva siempre el saco de las herramientas. ¿Y tú, qué es lo que llevas? ¿Un fusil? ¡Eso no es nada!

Kolesnikov dijo sonriendo:

—¿Qué es lo que necesitas, pues? ¿Bombas?

—Me es igual. Bombas u otra cosa...; yo no entiendo de eso... Con tal de que se pueda trabajar bien...

Antes de llegar al puente había que subir una cuesta bastante empinada. Sacha y Kolesnikov bajaron del coche y caminaron a pie. La luna ascendía por el cielo, iluminando el puente. Al otro lado del río se veía la cinta plateada de la carretera.

—Ahora creo que estamos fuera de peligro—dijo Kolesnikov. ¡Qué piensas tú?