—¡Ella está orgullosa de ti! ¡Y yo también!
Ella, entre los pequeños, significaba la madre.
Al padre, muerto hacía largo tiempo y medio olvidado, le llamaban, siguiendo el ejemplo de Helena Petrovna, el general.
III
El sabio preceptor
Helena Petrovna, desde los primeros días de su residencia en N., acomodó su vida de modo que animara las relaciones afectuosas de sus hijos y despertara en sus almas todo lo que es bueno y dulce. Lo más difícil era encontrar una casa; durante un año entero estuvo sin poder hallar lo que quería; por fin, gracias a sus amigos, tropezó con un verdadero tesoro: una casa aislada, con cinco habitaciones, situada en un enorme jardín que más parecía un parque. Por encima de las cabezas se cerraban, por todas partes, espesas bóvedas de ramas verdes, altas e impenetrables. Aquellas magníficas alamedas hacían pensar en los bosques vírgenes de la Biblia.
Durante las negras noches de otoño, el jardín, sacudido por el viento, producía un ruido que parecía llenar toda la tierra. Dijérase también que no existían paredes y que la inmensa Rusia empezaba inmediatamente en el mismo lecho: Ni aun la pequeña Lina podía dormir mucho tiempo durante