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Página:Sachka Yegulev.djvu/21

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aquellas noches, y quejábase en voz alta del insomnio, suspirando. Sacha escuchaba el ruido del jardín hasta el momento en que le arrebataba un sueño extraño y fantástico; parecíale que su cuerpo se aniquilaba por completo fundido en la atmósfera; mientras que su alma se hacía cada vez más grande y más ancha a medida que aumentaba el ruido del jardín y se cernía por encima de las bóvedas de árboles cubriendo toda la tierra; aquella tierra era Rusia. En estos momentos, Sacha experimentaba una sensación de gran tranquilidad, de felicidad infinita y de indecible tristeza. Amaba aquellos sueños, en comparación con los cuales los sueños ordinarios, reflejos de la breve jornada vivida, parecían enojosos e insulsos.

Los primeros días, Sacha y Lina, habituados a la vida de la capital, tenían miedo de aquel jardín y no se atrevían a ir demasiado lejos; atemorizábalos especialmente un edificio no terminado que se encontraba en el parque; aquel esqueleto de ladrillos parecía un muerto que acaso ni siquiera había vivido, y que muerto y todo, permanecía allí sin querer irse. Aquel esqueleto de ladrillos se fué cubriendo de hierbas silvestres y de flores rojas; en una de sus habitaciones, donde debieran haber vivido hombres, verdeaba tranquilamente un abedul, como guardando una tumba.

Pero pronto los niños se acostumbraron al jardín, comenzaron a amarle, hicieron conocimiento con todos sus rinconcillos, sus malezas y sus umbrías. Seguía siendo misterioso para ellos y les insSACHKA YEGULEV.

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