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que habían tapado la boca a la que gritaba; en seguida un nuevo grito, aun más agudo y terrible.

En el mismo instante se oyeron como unos pasos pesados y un cuerpo que cae.

Sacha, derribando al que tenía delante, se precipitó hacia la habitación de donde venían los gritos. Intentó abrir la puerta; pero estaba cerrada con llave.

—¡Abre!—gritó.

Tras él corrieron los demás; todos se agolparon ante la puerta cerrada, atropellándose, hablando con voz conmovida.

—¡Abre en seguida!—gritó de nuevo Sacha.

Ninguna respuesta.

Entonces, haciendo un esfuerzo sobrehumano, desencajó la puerta y entró en la habitación. A su encuentro salió el grueso Policarpo, detrás del cual, en una cama, estaba tendida, gimiendo, la criada Glascha.

Policarpo dijo palabras que Sacha no oyó; presa de una cólera loca, lleno de rabia, le disparó las diez balas de su tercerola a quemarropa. Aun seguía tirando cuando ya Policarpo, acribillado a balazos, yacía en tierra sobre un charco de sangre.

La habitación, llena de humo, despedía un desagradable olor a pólvora.

Cuando Sacha hubo disparado todas sus balas, se volvió, rechinando los dientes, hacia Kolesnikov, le cogió la tercerola y quiso seguir tirando; pero en aquel momento se dió cuenta de que era completamente inútil.