niños les gusta siempre estar sucios, y iavaba a Sacha y a Lina, los frotaba y pulía como diamantes, y acabó por acostumbrarlos a lavarse todo el cuerpo dos veces al día. No gustando de los animales, Helena Petrovna toleraba la gata con sus gatillos por que estaba siempre limpia.
—Mira, Lina—decía a su hija cuando ésta se resistía a lavarse. Mira la gata: todo el día se lo pasa en el patio, y a pesar del barro y de la lluvia, está muy limpia. Es porque se lava.
La gata, brillándole sus misteriosos ojos amarillos, se lavaba cuidadosaments.
La limpieza más rigurosa reinaba en toda la casa.
Helena Petrovna había hecho de ella la ley fundamental de su vida. Además procuraba dar un aspecto de belleza a las cosas todas que rodeaban a los niños. Con un gusto que sorprendía a lós habitantes de la ciudad, cambiaba de pronto el aspecto habitual de todos los objetos; bordaba por sí misma cortinas para las ventanas y para las puertas; ponía flores por todas partes; tapizaba las paredes con telas pintadas y muy claras, como si las atravesaran rayos de Sol. Afuera el invierno estaba en su apogeo y hacía frío; pero en el interior parecía estarse en primavera o en otoño; las flores se abrían; sobre el suelo encerado corrían claridades de sol que inspiraban deseos de jugar con ellas como hacen los gatitos.
La casa de Pogodin gustaba a todo el mundo.
Los niños estaban encantados. En tanto que el jardín les enseñaba la sabiduría, la casa, con toda