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la belleza que atesoraba, les descubría el gran enigma de la vida humana, sus fines misteriosos y su trágica hermosura.

La madre hacía todó cuanto estaba en su poder para proteger a los niños contra los sufrimientos y los peligros. Pero la pobre mujer no podía prever que iba a llegar un día en que volvieran la espalda indiferentes a la belleza, maldiciendo la limpieza y el bienestar; sacrificando sus cuerpos puros y tiernos al lodo humano, al sufrimiento y a la muerte.

Lo único que disgustaba a la madre, era que la casa estaba situada lejos del centro, de manera que los niños para ir a la escuela tenían que pasar por una plaza sucia, donde se hacía el mercado los miércoles y viernes. Venían campesinos de las aldeas próximas con hierbas y haces de leña, se emborrachaban en las tabernas y daban escándalos.

Y las tabernas no faltaban en la plaza: la rodeaban por todos lados como un seto. En el centro había un sucio estanque en el que nadaba una pareja de patos.

Después de atravesar por primera vez aquella plaza, Lina empezó a odiar a los campesinos. En cuanto a Sacha, sentía por ellos una extremada curiosidad, aunque experimentaba un leve miedo.

Pero llegó a acostumbrarse pronto; las largas barbas de los campesinos, sus medias pellizas, sus cánticos de borracho, llegaron a gustarle, sin que él mismo hubiera podido decir por qué. Veía que aquellos mujiks no se parecían a los demás hombres; dijérase que venían de otro país, y precisamente esto