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porque quiso bromear un poco. Eso no es justo.

Esto no es un convento...

A medida que hablaba, se iba haciendo más insolente.

—Hace mucho tiempo que le hubiera dejado a usted si no comprendiera su táctica astuta.

—Táctita astuta?—interrumpió Sacha, sorprendido.

—Se puede emplear otro término, si no le gusta a usted ése.

—Por ejemplo, hipócrita, ¿no es eso?

—No tal; ¿por qué «hipócritas? No me gustan las palabras groseras, Alejandro Ivanovich. Usted es un hombre inteligente; pero nosotros no somos tampoco tan tontos como parece. Vemos muy bien que usted ha... engañado a algunos de esos..mujiks... Pero no todos son mujiks. Hay aquí quienes no se dejarán engañar...

Sacha guardaba un silencio que, visiblemente, molestaba a Soloviev.

—Por eso, Alejandro Ivanovich—prosiguió después de una nueva pausa, por eso le digo que vale más arreglar las cuentas lo más pronto posible. Luego puede usted contar con nosotros. Si se empeña usted absolutamente en convertir nuestro albergue en un monasterio, sea; nos inclinaremos ante su voluntad, sin perjuicio de resarcirnos más tarde. Pero hay que empezar por arreglar las cuentas.

Soloviev, satisfecho de su discurso, se rió levemente y se frotó las manos. Estaba seguro de que