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En el primer momento se creyó simplemente ultrajado, y al oír los gritos y las canciones de aquellos borrachos, que sin duda querían de ese modo agravar el ultraje, no sintió mas que un terrible deseo de venganza. Mañana por la mañana los ahorcaré», pensaba. Y este pensamiento ahuyentaba otros mucho más terribles, cerrándoles el paso.

Mañana por la mañana le mandaré ahorcars; y se obstinaba en no pensar mas que en su próxima venganza.

Pero la noche avanzaba lentamente. Sacha no podía resistir a otros pensamientos que le acometían, que estaban allí, a la entrada de su alma, acechando el momento oportuno. Pronto invadieron todo su ser. ¿Qué hubiese dicho su padre, el general, al saber que a su hijo se le trataba impunemente de canalla? Mañana por la mañana lo mandaré ahorcar. ¡Dios mío, qué larga es la noche!» Sí; parecía interminable aquella noche. Sacha estaba completamente solo, en la lobreguez nocturna. Oyó acercarse a alguien entre los árboles. Era Kusma Suchok, que le llamó tímidamente:

—¡Alejandro Ivanovich! ¡Alejandro Ivanovich!

¿Dónde está usted? ¡Me dan miedo!

Sacha no respondió y Suchok se fué. Sacha volvió a quedarse solo en medio de la noche interminable.

Las horas transcurrieron. Al fin el horizonte comenzó a aclararse un poco. Se apagó el fuego de la hoguera. No se oían ya ni gritos ni canciones.

Probableniente Soloviev y sus amigos se habían acostado.

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