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iguales como las hojas de un árbol. Hacía un calorsofocante, hasta en el bosque mismo, agitado de vez en cuando por tempestades y vendavales. Toda la naturaleza parecía inerte, desfallecida, por el calor de julio; se diría que ni los árboles ni la hierba crecían.

Los Hermanos del bosque», para guarecerse de las tempestades habían cavado un abrigo subterráneo. De vez en cuando salían a buscar setas; pero éstas desaparecieron pronto. Pasaban el rato hablando de pequeñeces, de asuntos de los campesinos, de la banda de Soloviev. Pero nunca se referían ni al pasado ni al porvenir. Se habían vuelto taciturnos como el bosque en medio del cual vivían; no hacían nada; eran como el cochero que espera a un cliente o como el revólver cargado en un cajón.

Kolesnikov estuvo toda una semana sufriendo de un reumatismo atroz en las piernas. Se había puesto más amarillo y más flaco. Estaba constantemente de mal humor y había olvidado casi la risa. Pasaba horas enteras sumido en sus tristes reflexiones. La historia de la rebelión de Soloviev le produjo una impresión casi, más dolorosa que al mismo Sacha; muchas de sus esperanzas se quebraron, y a su mente se presentaban problemas en extremo angustiosos e insolubles. Antes, cuando vivía en la ciudad, su proyecto le parecía razonable y realizable; pero aquí, al ver las cosas de cerca, su idea perdía toda consistencia, se deshacía en mil pequeños detalles prosaicos, en acciones y