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poco antes de morir, le dijo a su mujer con voz llena de odio:

—Por tu causa, sólo por tu causa, he renunciado a beber. ¡Te odio y te maldigo! Debería matarte por lo que me has hecho...

No le quería perdonar su humillación. Ella tampoco se sentía con fuerza para perdonar el terrible ultraje a su pura maternidad. En compensación, Sacha fué para ella el solo y único tesoro. «En él voy a perdonar al padre»—pensaba. Pero no dijo nada a su marido.

El general murió a poco. Los hijos no sospecharon la menor cosa.

IV

Los niños van creciendo

Durante tres años Helena Petrovna vivió tranquila y alegre, sin ver en Sacha nada de particular ni de inquietante. Cuando estalló la guerra rusojaponesa el primero de los grandes acontecimientos que quebrantaron a Rusia—se dijo: «Hice bien en retirar a Sacha de la Escuela Militar». Pensaba como otras muchas madres de aquella época.

Pero acercábase la desgracia de las madres rusas. Cuando los periódicos publicaron la noticia de la pérdida trágica del crucero «Variag», Helena Petrovna lloró lágrimas ardientes: era imposible leer sin llorar la descripción de la muerte de aquellos hombres que fueron saludados en sus últimos momen-