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sí el veredicto definitivo; vacilaba, miraba en derredor y buscaba la solución de sus dudas en la fisonomía de los demás. ¿Qué sería de él.cuando el veredicto fuera irrevocable? ¡Qué horrible situación!

Andrés Ivanovich, el marinero, estaba también muy pensativo. Taciturno, muy servicial, modesto, parecía no tener sus propios sufrimientos, sus recuerdos y sus alegrías; miraba alrededor con ojos asombrados; diríase que buscaba algo perdido y que, no encontrándolo, volvía a esperar y a someterse a la voluntad ajena. Físicamente se cuidaba más que Kolesnikov aun que Sacha, quien, sin advertirlo, se había hecho muy sucio. Andrés Iva novich continuaba afeitándose cada dos días y cepillándose cor frecuencia la ropa; a falta de betún mezclaba pólvora con grasa y se limpiaba las botas con esa mezcla. Pero había en su vida una causa secreta de vergüenza y casi de desesperación: tenía una pequeña herida en la pierna izquierda, debajo de la rodilla, que provenía de un balazo; la herida, en vez de cicatrizarse, iba comiéndole la carne y llegaba ya al hueso; empezaba a oler mal. Muchas veces se alejaba Andrés Ivanovich bosque adentro y se pasaba las horas examinando su herida; la mojaba con petróleo y hasta le aplicaba pólvora; pero todo era inútil. Para ocultarla procuraba no bañarse nunca en presencia de los demás, y, venciendo el dolor, hacía esfuerzos para no cojear. Lo que más le horrorizaba era el mal olor que despedía la herida.