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—Hay que verlo.

—Ya no se le oye.

—No importa; hay que examinarlo...

Después de una corta pausa, el marinero exclamó:

—¡Diablo! ¡Qué desgracia!

—¿Qué pasa?

—He perdido la linterna; probablemente se habrá enganchado en una rama y se me habrá salido del cinturón. Sin ella no veremos nada.

Y dirigiéndose a Kolesnikov, exclamó:

—¡Basilio Vasilievich!

279 —¡Vasia!—dijo Sacha a su vez.

—¡No responde! ¡Ni siquiera se queja!... ¡Dios mío!... Estará muerto?

Pero en seguida lanzaron un suspiro de consuelo; habían oído su respiración. Estaba vivo, pero sin conocimiento. Felizmente había perdido muy poca sangre; ahora ya la sangre no manaba de la herida. Cuando le hubieron vuelto del otro lado, lanzó un gemido y hasta les pareció que había pronunciado algunas palabras; pero no pudieron oírlas bien. Después, Kolesnikov cayó de nuevo en un silencio absoluto. Sacha y el marinero estaban desesperados y no sabían qué hacer. Habían perdido el camino.

—Ya no comprendo nada—dijo Sacha. ¿En qué dirección debemos ir? ¿De dónde venimos?

—¡Es una desdicha! En cualquier caso, estamos demasiado lejos de nuestro albergue. Vamos a la cabaña del guardabosque. No debe de estar muy lejos; cuatro verstas; quizá menos.