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Cuando estuvieron allí, en aquella cabaña, cuando Kolesnikov quedó echado sobre un banco, con su herida lavada y vendada dormitando o acaso de nuevo sumido en la inconsciencia, comprendió por fin Yegulev la significación terrible de lo que acababa de suceder. Comprendió que lo ocurrido no era una mera casualidad; que las balas mortíferas iban realmente dirigidas contra ellos, y que habían sido víctimas de una traición; pensó que la policía iba a sitiarlos, quizá en aquella misma cabaña, y que Kolesnikov moriría sin duda. La tristeza invadió su corazón. No veía ningún remedio a la situación comprometida en que se hallaban.

Hubo un instante en que se sintió como muerto, como un hombre al que van a ahorcar y que tiene ya ceñida la cuerda al cuello. Su vida perdía toda razón... y no la sentía.

  • No; es imposible que muera—se decía, pensando en Kolesnikov—. Si de verdad se muere, es que la vida no existe, no es mas que un sueño; pero si la vida es un sueño, entonces la misma muerte no existe y, por consecuencia, no morirá.» Estas reflexiones provocaron en él un apego ardiente a la vida. Quería vivir, moverse, tener esperanzas e inquietudes. Temiendo que le oyera Kolesnikov, Sacha hizo una seña al marinero y ambos salieron fuera de la cabaña.

—Andrés Ivanovich, ¿quién nos ha traicionado?

—le preguntó en voz baja.

El marinero se quedó un momento pensativo.